martes, 31 de enero de 2012

Cuaderno de Zombitácora VIII: F5, tocado y hundido

Ayer fui testigo de uno de los acontecimientos más aciagos de la historia de Suecia. El testimonio sólido y tangible del infeliz destino que sufrieron cerca de treinta de los doscientos marineros que salieron al mar a defender a su país sin ser conscientes de que la Muerte era el pasajero numero doscientos uno.

El protagonista de esta historia de fracaso y derrota es el Vasa, un navío construido allá por el siglo XVII en el marco de la Guerra delos Treinta Años. En concreto Suecia, con Gustavo II Adolfo al mando, reñía con Polonia y por aquel entonces no gozaba de una buena infraestructura naviera, de manera que puso todo su empeño en no perder el poco poder que aun tenía sobre el Mar Báltico. Para ello mandó construir la maquinaria de guerra más temible que jamás se hubiera construido antes: mil robles, y más de 400 personas entre carpinteros, ensambladores, escultores, pintores, vidrieros, maestros veleros, herreros y otros muchos artesanos trabajando a tiempo completo durante dos años para levantar la más grande de las cuatro naves que componían la flotilla que daría muerte a quien se atreviera a contradecir los planes del rey sueco.

El año 1627 dio por finalizada semejante obra faraónica: 69 metros de eslora, más de 11 metros de manga, más de 1200 toneladas, 48 cañones de 24 libras, 8 cañones de 3 libras, 2 cañones de 1 libra, 6 obuses y 1275 m² de velamen daban buena cuenta de las intenciones del rey. El 10 de agosto de 1628 todo el pueblo de Estocolmo se reunía en el puerto para admirar la majestuosidad del navío de guerra más poderoso jamás construido. Era todo un prodigio de nave, los detalles cubrían absolutamente toda la superficie del buque, el rey Gustavo se hacía presente en forma de las numerosas efigies talladas que lo erigían como la indiscutible futura autoridad báltica, los escudos de la casa real brillaban bajo el Sol de aquella mañana de verano y héroes bíblicos, emperadores romanos y deidades griegas asisten impertérritas a la gran expectación que, con razones, levantaba la ya famosa embarcación. Estruendosas salvas se disparan para conmemorar la ocasión, la muchedumbre enloquece henchida de patriotismo, se abren cuatro velas y el Vasa se abre camino lentamente hacia el mar. Cuando el buque se deslizaba lentamente hacia la bocana del puerto, una repentina ráfaga de viento comenzó a soplar. Varias fuentes indican que la nave se meneaba anormalmente desde el inicio a pesar del suave viento. El buque se escora, pero logra corregir su rumbo. Una segunda ráfaga golpeó el costado del barco y el agua comenzó a entrar por las cañoneras.

En 45 minutos de trayecto el Vasa, orgullo efímero de una potencia europea, se va a pique. Al menos 30 miembros de un total de 200 que componían la tripulación se ahogaron. El Vasa tardaría 333 años en volver a ver la luz cuando Anders Franzén, un investigador particular, lo redescubre en el 1956.















Esta es la historia del Vasa, cuya totalidad cabe en una entrada de bitácora y que pretendía ser el temor del rey Segismundo de Polonia, a quien con toda probabilidad, hubiera puesto en un brete en caso de haber avanzado en sus planes iniciales.

Hoy en día conocemos a la perfección todos los secretos de la dinámica de fluidos, la física de flotación y, por tanto, podemos diseñar fácilmente un barco sin miedo a que acabe naufragando por culpa de una brisa, pero esto no era así tres siglos atrás. De hecho no contaban con unas directrices sobre las que apoyar el proyecto, solo se basaban en datos puramente empíricos de construcciones previas. Motivado por la idea de una máquina de destrucción, el rey mandó instalar dos hileras de cañones a cada lado, por lo que, tras modificar una y otra vez los planos, acabaron con un barco demasiado alto y pesado en la parte superior. De poco sirvieron las 120 toneladas de lastre con las que contaban, aquella brisa marina acabaría súbitamente con los sueños de conquista del rey Gustavo.













Creo que es una buena manera de empezar la semana. El ejemplo más clamoroso de que todo lo que puede salir mal, siempre sale peor. Espero que os sirva de inspiración a la hora de plantear los problemas que se os presenten de aquí en adelante, anteponiendo la previsión al romanticismo enfervorecido de la batalla en caliente. Pero no solo de inspiración quiero que sirva este post. Con él quiero dejar constancia de que cuando se habla de episodios históricos traumáticos hay que ponerlos en contexto siempre, pues si se aislan de él acaban siendo meros chistes. Por ahora ya sabéis que en lo que a temporales catastróficos se refiere, la Armada Invencible no fue el estandarte, pues poco después hubo quien se hundió con todo el mobiliario a causa de un refrescante y letal hálito de verano. Y es que los españoles a lo mejor en otra cosa no, pero cuando se trata de consolarse con que otro lo haya hecho peor, somos los mejores.

En cualquier caso, mantened vigiladas vuestras espaldas... y abrigaos bien, nunca se sabe cuando puede uno desestabilizarse.

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