Navidad. Ese concepto que, aun descontextualizado, nos trae a la mente interminables secuencias de imágenes de dulces, familiares, papel de regalo, chillidos de primos... Ayer le preguntaba a mi hermano durante la cena: "¿Por qué chillan tanto?", y él, apesadumbrado, giró la cabeza en mi dirección y dijo: "¿Porque es Nochebuena?". Nunca nada más aclaratorio.
En definitiva, son fechas señaladas en las que nuestras obligaciones derivan inevitablemente al contacto íntimo con nuestros parientes, lo que nos obliga a dejar de lado los menesteres a los que estamos acostumbrados el resto del año. De hecho ahora mismo me encuentro solo en casa a la espera de que se haga la hora de comer para ir a casa de mi abuela, pues calculo que justo en estos momentos una nube atomizada de aroma a langostinos campa a sus anchas por el piso. Si unimos mi odio culinario hacia el crustáceo y la recalcitrante fragancia de la que os hablaba... como conclusión tenemos que mi presencia allí no es una opción.