Ayer fui testigo de uno de los acontecimientos más aciagos de la historia de Suecia. El testimonio sólido y tangible del infeliz destino que sufrieron cerca de treinta de los doscientos marineros que salieron al mar a defender a su país sin ser conscientes de que la Muerte era el pasajero numero doscientos uno.
El protagonista de esta historia de fracaso y derrota es el Vasa, un navío construido allá por el siglo XVII en el marco de la Guerra delos Treinta Años. En concreto Suecia, con Gustavo II Adolfo al mando, reñía con Polonia y por aquel entonces no gozaba de una buena infraestructura naviera, de manera que puso todo su empeño en no perder el poco poder que aun tenía sobre el Mar Báltico. Para ello mandó construir la maquinaria de guerra más temible que jamás se hubiera construido antes: mil robles, y más de 400 personas entre carpinteros, ensambladores, escultores, pintores, vidrieros, maestros veleros, herreros y otros muchos artesanos trabajando a tiempo completo durante dos años para levantar la más grande de las cuatro naves que componían la flotilla que daría muerte a quien se atreviera a contradecir los planes del rey sueco.