Primera entrada a la bitácora de este nuevo año.
Una entrada impregnada de aire navideño, de dulces y el calor de la
familia... Perdonen, me he equivocado de blog. Menudas
fiestas nos hemos pegado, ¿eh? Aquí no trabaja ni diox, pero tranquilos, hemos
vuelto.
Si, yo también decidí descansar con la simple intención de mantener una salud mental adecuada. El tiempo estaba arreciando en Suecia y
las previsiones no auguraban nada bueno. Eso junto a una más que
atractiva oferta de vuelo y la visión de repostar y obtener
provisiones hizo que me decantara por dejar de lado por un breve
periodo de tiempo mi empresa. Dos semanas para dormir sin compartir
cama con cucarachas o simplemente para dejar a un lado los
calzoncillos interiores y disfrutar del invierno al que un
ilicitano está acostumbrado, es decir, ninguno.
No obstante mi cámara trabaja las 24
horas y el mismo día que cogí el vuelo de ida me hice con un testimonio visual verdaderamente sobrecogedor que me gustaría compartir con vosotros. No está directamente
implicado con el tema central de este blog, pero denota el trauma y
el horror de la mente de algún artista desequilibrado y eso siempre viste.
Eran las 3 de la mañana, en esa
estación de metro no había ni un alma, al igual que en resto de
paradas del recorrido hasta la estación central. Solo las escaleras
de bajada muestran de qué palo va el resto. Podrían pasar
perfectamente por las escaleras al mismísimo infierno. Solo era el
principio. Las paredes de todo el andén están pintadas con un
paisaje cuyo cielo arde en llamas. El rojo inunda el día a día de
los cuerdos usuarios del metro que, sin saberlo, se embeben día a
día de la locura del pintor que años atrás reflejó en las paredes
su enajenación.
Pero si sospechoso es el continente,
más lo es si cabe el contenido. Todo el recorrido está marcado con
una serie de imágenes de lo más extraña. Ese mural se convierte
con solo un vistazo en el pasaje de lo absurdo. Podemos observar como
un camión cargado de pan sin levadura (tunnbröds) recorre una
carretera en cuyo final se encuentra un supuesto reno con
articulaciones imposibles. Más allá vemos un camión descargando
muebles y si nos movemos unos metros más a la derecha nos topamos, sin más, con una gasolinera.
Pero con diferencia hay dos escenas que
ponen los pelos de punta. En la primera vemos una persona,
probablemente que se encontraba paseando por el campo con su mascota,
quizás recogiendo setas a juzgar por la cesta. Este sujeto queda
totalmente petrificado al observar cómo una avioneta esparce por el
campo su carga. ¿Estaremos ante un avión de fumigación o será el
avión que intenta sofocar el supuesto fuego que asola la escena? De hecho, en
el caso de que se trate de la segunda opción, ¿qué demonios hace
un tipo paseando con su perro por el campo en tales circunstancias?
Nunca lo sabremos. Pero esto no es nada en comparación con la última
de las escenas de este retablo diabólico. En este caso vemos un
señor mayor tocando el acordeón para un público inexistente.
Un pobre diablo que un día decide sacar su instrumento oxidado por los años y dar un recital en plena naturaleza por el simple placer de hacerlo. Una conversación carente de reciprocidad. La más clamorosa muestra de vesania jamás plasmada en una pared. Ríete de Goya o de Munch. La más excelsa muestra de furia mental se encuentra alojada en los sucios bajos de un pequeño y humilde pueblo de Suecia.
Lamentablemente, hoy tampoco he podido
aportar nada a la causa, pero la observación continua del entorno da
para mucho y permite ver cosas en las que el resto no se para a
pensar. Consideradlo como un entrenamiento. Día a día cientos de
personas atraviesan esta estación sin parar atención a la terrible
desdicha que el pintor quiso grabar a perpetuidad en las paredes del
metro, dejando colgado en el olvido el espeluznante significado que
esconde tras de sí toda esa pintura plástica. No prestamos atención
a nuestro alrededor y ese puede convertirse en nuestro primer y
último error cuando sea demasiado tarde para hacer borrón y cuenta
nueva.
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