martes, 3 de enero de 2012

Cuaderno de Zombitácora IV: El Metro y las puertas del Infierno

Primera entrada a la bitácora de este nuevo año. Una entrada impregnada de aire navideño, de dulces y el calor de la familia...  Perdonen, me he equivocado de blog. Menudas fiestas nos hemos pegado, ¿eh? Aquí no trabaja ni diox, pero tranquilos, hemos vuelto. 
  
Si, yo también decidí descansar con la simple intención de mantener una salud mental adecuada. El tiempo estaba arreciando en Suecia y las previsiones no auguraban nada bueno. Eso junto a una más que atractiva oferta de vuelo y la visión de repostar y obtener provisiones hizo que me decantara por dejar de lado por un breve periodo de tiempo mi empresa. Dos semanas para dormir sin compartir cama con cucarachas o simplemente para dejar a un lado los calzoncillos interiores y disfrutar del invierno al que un ilicitano está acostumbrado, es decir, ninguno.  

No obstante mi cámara trabaja las 24 horas y el mismo día que cogí el vuelo de ida me hice con un testimonio visual verdaderamente sobrecogedor que me gustaría compartir con vosotros. No está directamente implicado con el tema central de este blog, pero denota el trauma y el horror de la mente de algún artista desequilibrado y eso siempre viste.

Eran las 3 de la mañana, en esa estación de metro no había ni un alma, al igual que en resto de paradas del recorrido hasta la estación central. Solo las escaleras de bajada muestran de qué palo va el resto. Podrían pasar perfectamente por las escaleras al mismísimo infierno. Solo era el principio. Las paredes de todo el andén están pintadas con un paisaje cuyo cielo arde en llamas. El rojo inunda el día a día de los cuerdos usuarios del metro que, sin saberlo, se embeben día a día de la locura del pintor que años atrás reflejó en las paredes su enajenación.







Pero si sospechoso es el continente, más lo es si cabe el contenido. Todo el recorrido está marcado con una serie de imágenes de lo más extraña. Ese mural se convierte con solo un vistazo en el pasaje de lo absurdo. Podemos observar como un camión cargado de pan sin levadura (tunnbröds) recorre una carretera en cuyo final se encuentra un supuesto reno con articulaciones imposibles. Más allá vemos un camión descargando muebles y si nos movemos unos metros más a la derecha nos topamos, sin más, con una gasolinera.


Pero con diferencia hay dos escenas que ponen los pelos de punta. En la primera vemos una persona, probablemente que se encontraba paseando por el campo con su mascota, quizás recogiendo setas a juzgar por la cesta. Este sujeto queda totalmente petrificado al observar cómo una avioneta esparce por el campo su carga. ¿Estaremos ante un avión de fumigación o será el avión que intenta sofocar el supuesto fuego que asola la escena? De hecho, en el caso de que se trate de la segunda opción, ¿qué demonios hace un tipo paseando con su perro por el campo en tales circunstancias? Nunca lo sabremos. Pero esto no es nada en comparación con la última de las escenas de este retablo diabólico. En este caso vemos un señor mayor tocando el acordeón para un público inexistente.






Un pobre diablo que un día decide sacar su instrumento oxidado por los años y dar un recital en plena naturaleza por el simple placer de hacerlo. Una conversación carente de reciprocidad. La más clamorosa muestra de vesania jamás plasmada en una pared. Ríete de Goya o de Munch. La más excelsa muestra de furia mental se encuentra alojada en los sucios bajos de un pequeño y humilde pueblo de Suecia. 

Lamentablemente, hoy tampoco he podido aportar nada a la causa, pero la observación continua del entorno da para mucho y permite ver cosas en las que el resto no se para a pensar. Consideradlo como un entrenamiento. Día a día cientos de personas atraviesan esta estación sin parar atención a la terrible desdicha que el pintor quiso grabar a perpetuidad en las paredes del metro, dejando colgado en el olvido el espeluznante significado que esconde tras de sí toda esa pintura plástica. No prestamos atención a nuestro alrededor y ese puede convertirse en nuestro primer y último error cuando sea demasiado tarde para hacer borrón y cuenta nueva. 

Vigilad vuestras espaldas, pero dedicadle también algo de tiempo al resto de flancos. Puede que a la larga lo agradezcáis.

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