Mientras nos manteníamos ocultos, las
motos aminoraron a medida que se acercaban a nuestra posición hasta
que se detuvieron totalmente. Ninguno de los que estábamos
escondidos alcanzaba a ver algo debido a la posición que
manteníamos. Por mi parte agudicé el oído cuando todas las motos
detuvieron su marcha.
- Me llamo Paco.
- ¿De dónde has salido? -Preguntó la misma voz-.
- He venido en un coche. El lugar donde me escondía fue atacado por esos seres, y ahora no sé donde refugiarme -me percaté del esperado singular en el sujeto de a oración-.
- ¿Estabas muy lejos? -otra vez la misma voz, pensé, esto es raro-.
- No demasiado.
- ¿Cuánto es no demasiado?- dijo esa voz casi gritando-.
- Unos diez kilómetros. ¿Por qué?
- ¿Hace cuánto tiempo?
- No sé...
- ¡No sé, no! ¡¿Cuánto?!
- Unas dos horas.
- Pues no tenemos mucho tiempo, dile a tus amigos que salgan y seguidnos. -dijo una voz femenina de unos treinta años de forma autoritaria-.
- ¿Pero cómo?..
- Iréis en vuestro coche, si no podéis seguirnos no pararemos más. Tenéis tres minutos a partir de ya para prepararos.
Subimos al coche y perseguimos a las
motos, que pasaban en algunos lugares fácilmente entre los objetos
abandonados en la vía. Nadie dijo nada y tan solo yo le dí una
palmada en la espalda a Paco, que fue suficiente para que percatara
de que aprobaba su iniciativa. En el coche hacía frío y en verdad
ya estábamos cerca de Navidad.
Sorteamos durante unos kilómetros las
pocas dificultades que la carretera de la costa ofrecía, paralela a
la orilla del mar hasta que una vez fuera de la zona de casas giramos
colina arriba en una zona en la que antaño habían vivido gentes de
bien. Las calles no eran muy grandes pero las casas tenían una alta
verja y dentro las casas parecían robustas y grandes. Todas las
ventanas tenían rejas, lo cual, a día de hoy, parecía ser
indispensable. Subimos hacia el final de la calle, en lo alto de la
colina y las motos frenaron. Una de ellas se dirigió hacia nosotros
y se detuvo a la altura de la ventanilla del conductor.
-Cualquiera de estas cuatro casas
pintadas de amarillo os servirá para pasar la noche. Gracias a las
motos, bueno, a los vehículos estamos a unas diez horas de que
lleguen los zombies. Tenedlo todo preparado, nos acercamos hacia
otros pueblos y no sabemos la situación allí. Quizá lleguen antes
de lo esperado. Sería bueno si pudierais conseguir motos u otros
coches en otras salidas, por si bloquearan el acceso a vuestro
trasto. Dormid lo que podáis y coged comida si hay en las casas.
Tras la disertación de la voz femenina
ninguno de nosotros dijo nada. Sus frases fueron tan directas y
claras que prácticamente no pudimos entablar conversación, pero
pregunté:
- Eso da igual ahora. Mañana al amanecer estaremos aquí. Estad preparados.
- ¿Vosotros donde vais?
- A nuestro refugio. No cabemos todos y no os queremos por allí, de momento. Escuchad, ya me la juego delante de mis compañeros por vosotros. A nosotros estos métodos nos van bien. Podéis quedaros o hacer lo que os de la gana, pero personalmente creo que si somos más nos podremos defender mejor y quién sabe, establecer un perímetro en algún sitio.
- Vale, vale. Mañana estaremos listos.
Aparcamos el coche en la misma puerta
de la casa que elegimos en una esquina, que daba acceso a tres calles
diferentes. En su interior encontramos unas latas de atún y unas
albóndigas de bote no demasiado prometedoras. Había camas de sobra
en la casa de verano de alguien sin duda más rico que todos nosotros
juntos, pero debido a las rejas de la ventana, escogimos dormir todos
en el primer piso. Javier encontró una moto y la dejó en la puerta
peatonal de la casa. No pudimos arrancar más coches antes del
anochecer pero Cristian pudo rellenar el depósito de nuestro cuatro
por cuatro con gasolina de otros coches.
Terminamos todas las tareas que nos
repartimos casi sin hablar y al finalizar nos fuimos sentando en los
sofás de la casa y nos dispusimos a cenar.
Estoy muy cansado, transcribiré mañana la conversación de la cena. Al menos, espero poder hacerlo.
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