La puerta no
tardó en contactar con el suelo en toda su longitud cuando las ruedas giraban
la primera vuelta completa. Con el mando intentamos abrir la puerta del garaje,
sin resultado. No había electricidad. Desde la entrada peatonal los primeros
asaltantes entraban rápidos, pero caían atropellados por los que les seguían,
dándonos algo de tiempo. Paco, sin decir nada saltó del coche en marcha desde
la parte trasera derecha, abrió la pesada verja del garaje de un tirón y un
pelotón de zombies cayeron al suelo estrepitosamente.
Entonces
avanzamos con el coche hacia la puerta, Cristian se escurrió para dejar el paso
libre a Paco y aceleré atropellando varios cuerpos podridos. La diferencia
lumínica nos cegó durante un par de segundos y vimos como el viejo cuatro por
cuatro de Arturo navegaba sobre una decena, quizá quince de aquellos seres.
Al salir al
asfalto nos sorprendió la escasez de zombies, no había apenas ninguno en
dirección al norte, en cambio a una manzana de distancia se veía a un ejército
de ellos. Estábamos parados en la calzada con los segundos de ventaja que
habíamos adquirido gracias al potente motor del coche. Recordé el coche que vi
cuando Javier me sacó de allí y decidí contarlo.
- ¿Vamos para
allí entonces? –preguntó Cristian-.
- No veo otra
opción, dijo Javier señalando el pelotón de no muertos que cada vez estaba más
cerca y aceleró justo cuando uno de los seres que habíamos atropellado golpeaba
la luna trasera.
Huimos avanzando
por las calles de forma rápida, encontrando pocos obstáculos mientras
bordeábamos la playa. El día era soleado y si no fuera por las circunstancias,
parecía que vivíamos en una road movie. Pronto Javier se atrevió a decir algo
obvio:
- No sabemos
dónde ir, ¿Verdad?
- No, -confirmó
alguien para romper el silencio-.
- Necesitamos
alguna idea, avanzan hacia aquí, deberíamos poner tierra de por medio.- Aseveró
Javier-.
- ¿Queda
gasolina? –inquirí yo-.
- Tres cuartos
de depósito. Podemos llegar lejos. –contestó Javier-.
- Para el coche
ahí, a la entrada del paseo. –se oyó a Paco, con voz grave-.
- Pero porqué,
¡Hay que huir! –exclamé aterrorizado.
- Pero a ver,
¿Dónde? Gastaremos más gasolina sino sabemos dónde vamos. Necesitamos una idea.
Además, si seguimos adelante no sé lo que podemos encontrar. Hemos recorrido
unos diez kilómetros. Tenemos al menos tres horas hasta que esos hijos de puta
nos alcancen. Si quieres sigue unos metros y pensamos algo.
Nos acercamos a
la entrada del un gran edificio de dos plantas, donde la gran muralla que separaba el acceso
para vehículos nos amparaba, y la carretera despejada en ambos sentidos nos
otorgaba una oportunidad de huida al menos en dos direcciones. Bajamos todos
del coche y estiramos las puertas. Se escuchó un suspiro que continuó con
silencio. Habíamos tenido suerte de ir en invierno.
Nos fuimos
alejando del coche cada uno en una dirección sin decir nada, inspeccionando el
lugar y sin hacer ruido. No sé si los demás se sentían igual que yo, pero no
podía soportarlo. Sin saber porqué miré en el interior de un viejo Nisan Almera
y encontré en el asiento de atrás unos cojines, una manta y sangre en la
puerta. La ventanilla estaba rota y bajo el asiento asomaba un bate de béisbol. Abrí la puerta con cuidado y comprobé que no
hubiera nada que pudiera darme un susto. Con un gesto rápido extraje el bate de
su lugar y lo deposité en mis manos, observando su peso, su textura, su color,
el olor que desprendía. Parecía nuevo, intacto. La verdad, eso no me gustó
mucho. Mire a Paco, que se acercaba.
-Te iba a decir
eso, que buscases algo con lo que defendernos, por si acaso. No quiero que nos
pillen. Quizá lo más sensato sea buscar algún sitio cerca para dormir. Mañana
veremos.
- No me parece
mal, pero los zombies que vimos no estarán muy lejos. ¿Cómo está Cristian?
- No lo sé, lo
de Arturo le tiene que haber afectado más que al resto, se conocen.. conocían
desde los cuatro años. Si para nosotros es duro…
- Por eso te digo.
Si me duele a mí, que llevo unos días con vosotros…
- Ya, pero ahora
hay que sobrevivir. Necesitamos un plan.
Los dos miramos
a Cristian en silencio. Parecía buscar en el suelo entre papeles, se asomaba a
los escaparates situados al otro lado de la calle pero no parecía más triste
que de costumbre. Por otra parte Javier removía entre las cosas que Arturo
había dejado en el maletero. Con un gesto y sin hacer ruido, nos llamó a su
lado. Era la primera vez que salíamos a la calle después del intento por llegar
a casa el día en el que todo comenzó para nosotros, así que mirábamos constantemente
en todas direcciones. La calle estaba en silencio y se escuchaba a las gaviotas
y el batir del mar, y con él el olor salino característico que misteriosamente
siempre nos ha dado tanta paz.
- No podemos dormir en el coche. –dijo Cristian aún acercándose al resto de nosotros-.
- Lo sé. Por eso os he dicho que vinierais. Aquí hay cuatro toallas, dos botellas de agua y una mochila. No sé hasta qué punto deberíamos intentar llegar a casa, ya que está en dirección opuesta a la que venimos. Si hubiera más gente viva, deberíamos haberlos visto pasar, y sólo hemos visto un coche. –Dijo Paco muy resolutivo.
- Por eso, este edificio con la valla tan grande parece bueno para refugiarse –dije yo-.
- Lo he pensado, ¿Pero si dentro hay zombies?
- No había pensado eso, Javier, pero entonces, ¿Dónde vam..?
Sin darle tiempo a terminar, un rumor se hacía audible en la misma dirección en la que habíamos venido. Nos escondimos detrás del coche, y apenas ocultos, aparecieron. En cinco motos avanzaban cinco personas con cascos que cubrían toda la cabeza. Me llamó la atención ver dos cascos rosas y uno morado. Se acercaban rápido y no eran motores muy silenciosos. Nos ocultamos todos, presas del miedo. Todos menos Paco, que caminó al centro de la calzada mientras con un gesto nos indicó que nos agacháramos y sin mirar atrás dijo con voz seca:
- Que no os vean. Ahora vuelvo.
- No podemos dormir en el coche. –dijo Cristian aún acercándose al resto de nosotros-.
- Lo sé. Por eso os he dicho que vinierais. Aquí hay cuatro toallas, dos botellas de agua y una mochila. No sé hasta qué punto deberíamos intentar llegar a casa, ya que está en dirección opuesta a la que venimos. Si hubiera más gente viva, deberíamos haberlos visto pasar, y sólo hemos visto un coche. –Dijo Paco muy resolutivo.
- Por eso, este edificio con la valla tan grande parece bueno para refugiarse –dije yo-.
- Lo he pensado, ¿Pero si dentro hay zombies?
- No había pensado eso, Javier, pero entonces, ¿Dónde vam..?
Sin darle tiempo a terminar, un rumor se hacía audible en la misma dirección en la que habíamos venido. Nos escondimos detrás del coche, y apenas ocultos, aparecieron. En cinco motos avanzaban cinco personas con cascos que cubrían toda la cabeza. Me llamó la atención ver dos cascos rosas y uno morado. Se acercaban rápido y no eran motores muy silenciosos. Nos ocultamos todos, presas del miedo. Todos menos Paco, que caminó al centro de la calzada mientras con un gesto nos indicó que nos agacháramos y sin mirar atrás dijo con voz seca:
- Que no os vean. Ahora vuelvo.
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