lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuaderno de Zombitácora III: La tumba de Alfred Nobel

Hoy estamos de enhorabuena. Cual tórtolos enamorados, doblamos campanas y descorchamos botellas en un ambiente festivo para celebrar que tal día como hoy, pero del mes pasado, vuestro blog favorito, Spoiler Zombie, vio la luz por primera vez. Fue un parto duro, pero la madre sonrió cuando cogió en brazos esa criatura del averno. Hoy este engendro cumple 30 días y no muestra signos de cansancio (el recurso de los aniversarios, ¿no? Siempre se dice aquello de: ¡Madre mía, que energía! ¡Llevan 10 años y aun frescos!). Cumpliremos 20 años, tendremos hijos y puede incluso que nos despidan por actualizar desde el trabajo, pero tenemos un propósito: difundir, más si cabe, esta subcultura tan adorable y que tantos buenos momentos nos ha dado a los cuatro.

Entonces, y siguiendo estrictas órdenes de mando, tengo el honor de actualizar con mi entrada semanal en un día tan señalado con la esperanza de estar a la altura de las circunstancias. Para ello os traigo material fresco, nunca mejor dicho. Como os dije la semana pasada, el tiempo está siendo todo un handicap para el trabajo de campo, pero en esta ocasión he hecho de tripas putrefacción y he salido a la calle. He abandonado los confortables 20ºC de mi parapeto temporalmente subsanado para recibir en mi rostro cuatro grados bajo cero como cuatro soles. Aun dicen los suecos con los que he podido coincidir que es uno de los inviernos más cálidos que recuerdan. Estoy empezando a pensar que soy una nenaza por culpa de estos adonis rubios con ojos azules. ¿Pues sabéis qué? ¡Prefiero ser un español moreno con ojos oscuros a parecer hecho en serie, como los coches! ¡Muebles, eso es lo único que sabéis hacer! ¡¡¡¡Y ni eso!!! ¡Que los dais desmontados! (se indigna escribiendo, lo nunca visto).

Perdonad este arrebato de ira, pero tengo mucha presión encima, las navidades se acercan y mi investigación no avanza. ¡Y luego están las cucarachas! Maldita sea, hasta estoy adelgazando, se me caen los pantalones...

En fin, os pido perdón de nuevo. Como os digo, he salido a la calle en busca de mi objetivo, pues éste no va a tocar a mi puerta una mañana (o eso espero): “Disculpe señor, ¿nos deja pasar? Pertenecemos a la logia Testigos de Satanás. Tranquilícese, no corra, no venimos a comerle la cabeza, con morderle la cara nos es más que suficiente”. El caso es que haciendo una búsqueda simple en Google caí en la cuenta de que en el pueblo donde me alojo se encuentra uno de los cementerios más famosos del mundo: Norra begravningsplatsen, que en español se traduciría algo así como “Cementerio del Norte”. Aquí están enterradas personalidades como la actriz Ingrid Bergman o el director de cine Victor Sjöström. Así que me armé de valor, y de unas cuantas mangas extra, y me adentré en lo que creía iba a ser un sombrío y fosco cementerio. Esto fue lo que encontré:

La nieve le había ganado la partida al verde del jardín hasta el punto de que solo se dejaban entrever las briznas de césped más valientes. Las lápidas formaban hileras intermitentes perfectamente paralelas describiendo los apolíneos caprichos de algún diseñador loco. Por un momento, mientras paseaba entre mausoleos y criptas, olvidé que estaba en un cementerio, pues los jardines que pintan de miles de tonos verdosos la zona durante el verano, aun desprendían cierta calidez. Entonces caí en la cuenta de que no era el mejor sitio para mi propósito, pues yo había ido allí por algo. Estaba completamente seguro entre aquellas lápidas.

Eran las 13:30. Aún me quedaba una hora de luz, así que, rendido ante la evidencia de un fracaso más, decidí dedicarla a un sepulcro en particular. Previamente a mi incursión en Camposanto ya me había documentado debidamente, por lo que en un principio no debía ser muy difícil de encontrar. Pero sí que lo fue. Solo echad un vistazo a esta vista aérea del cementerio en cuestión:

Tenía por delante más de 82 hectáreas de bosque y tumbas. Aun con las señas de la tumba tardé un buen rato en encontrarla hasta que finalmente ella me encontró a mí. Iba agachado leyendo los cartelitos diminutos que habían colocado sabiamente para facilitar la tarea de búsqueda a cualquier individuo interesado y cuando llegué me vi rodeado de setos y ante un enorme obelisco. Estaba de pié ante la tumba de Alfred Nobel.

Tras presentar mis respetos di media vuelta y cogí el autobús de vuelta a casa. A pesar de seguir sin resultados palpables, he caído en la cuenta de que un cementerio no tiene porqué ser un lugar lejano, antipático u hostil, pues aunque frío, me encontraba sospechosamente cómodo andando por aquellos caminos teñidos de blanco.

Pues eso es todo lo que puedo contaros sobre mi incursión en zona sacramental sueca. Dudo sinceramente que os haya aportado algún dato útil, pero creo que como post de 'mesaversario' no está mal una reconciliación con los cementerios, una nueva forma de ver lo pasado, sin anclarlo por necesidad a la sensación de desgracia, respetando al mismo tiempo la memoria de quien descansa bajo su superficie y sobretodo pudiendo escribir con libertad sobre el tema sin tener la sensación de estar frivolizando. Estos muertos no se levantarán, pero no os puedo asegurar que todos los muertos sean igual de educados en el resto de Europa, así que...

...vigilad vuestras espaldas.

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