Creo que en los más de veinte
posts que llevo publicados no he mencionado mi formación en
biología. Efectivamente, antes de meterme de lleno en este proyecto
tan...
ambicioso, yo era una persona relativamente normal que estudiaba
una carrera relativamente normal. Nada durante aquellos días rodeado
de pliegos de plantas, pipetas e interminables rutas metabólicas iba
a presagiar la terrible misión que tenía preparada para mi el
destino. ¿O si?
Pudo ser una mañana cualquiera,
durante una clase cualquiera de zoología, los detalles quedaron
fuera del alcance de mi memoria empujados por una avalancha de datos
que lograron sacar de una ensoñación perpetua al bulbo prefrontal
de un alumno más interesado en la biología que no se puede ver que
en animales. Ese día fue diferente. La profesora advirtió que
lo que íbamos a ver a continuación era algo desagradable, lo que no
hizo más que agudizar los sentidos de aquellos representantes de la
insensible generación perdida entre los que me encontraba.
Abrió un reproductor de vídeo y
pudimos ver a un saltamontes común forcejeando con él mismo en un
recipiente con agua. No parecía nada diferente a un insecto que por
accidente había caído en un charco, si no fuera porque a los pocos
segundos un gusano enorme comenzó a salir de su interior dejando al
saltamontes para el arrastre. Habíamos asistido todos a una bella y,
en ocasiones, turbadora demostración de lo que el mundo del
parasitismo es capaz de hacer. Pero ahí no acababa la cosa. Cuando
todos estábamos ya a salvo y nos disponíamos a volver a garabatear
nuestras respectivas libretas, la profesora dio un dato que superaba
con creces la crudeza de lo que acabábamos de ver. Por lo visto el saltamontes se
había precipitado a la masa de agua involuntariamente preso de una
espeluznante alienación por parte del gusanito de marras, le había
privado de todo atisbo de voluntariedad ¡El gusano había convertido
al pobre insecto en un zombie!