Hay algo en "lo cutre" que lo hace extrañamente atractivo. Algo que te mantiene pendiente y pegado como una lapa al asunto en cuestión, sumido entre una mezcla de admiración y absoluta perplejidad al ser consciente del tiempo que estas perdiendo en semejante tarea. Todas esas cosas, que van desde un corto do it yourself a un buen programaco de "Qué tiempo tan feliz", constituyen un magma que, aun heterogéneo, fluye como un todo y se apodera de tus sentidos y hace más que razonable el término "fascinación por lo cutre" acuñado por Pepe Colubi.
El tiempo empleado en deleitar tus lobulazos cerebrales a ritmo de descarga hormonal y vergüenza ajena es tiempo que no hace mal a nadie. Eres tú y la película/serie/libro/loquesea. Puede que vaya acompañado de cierto ostracismo, sólo sea por preservar tu intachable gusto cinematográfico copado por Kusturicas y John Fords. Pero cuando se hace en grupo, aquello se convierte en una auténtica conjura pseudo-chamánica de individudos pasmados ante los bailes del brujo del poblado que perpetra sus danzas con un garrote de plasticazo de los chinos y un taparrabos de cuando su crío se disfrazó de Tarzán el año pasado en el colegio.
Y ojo, todos contentos. De vez en cuando, algún comentario salta de entre los asistentes para dejar patente que ese o aquel efecto había colmado su vaso de paciencia, para acto seguido volver a caer irremediablemente en las garras de lo abyecto.
Y todo esto, ¿a qué viene? Bien. El sopor característico de las fiestas de navidad ofrece una ventana a la procrastinación sin parangón. Nochebuena y Nochevieja, guay. Familia, ruidos ensordecedores y cantidades grotescas de comida como actividad principal. Todo está bajo un control muy lábil esos días. Pero, ¿mientras tanto? Me he visto envuelto en una espiral de baja actividad cerebral y remedios contra los rigores invernales entre los que un brasero ocupa un merecido primer lugar. En definitiva, mi cuerpo y mente dormitaban inmunes a toda actividad física más allá del pulgar con el que manejaba las dos aplicaciones de móvil entre las que me movía cada cierto tiempo. Rodeado de la típica bruma atufante que despedía brasero y algún que otro bol de palomitas estratégicamente preparadas para aderezar el ritmazo de tarde que estaba teniendo, me decido a repasar las notas del móvil. Entre recomendaciones de películas, discos, documentales y chorradas varias, me llamó la atención una en particular:
En mi situación, sólo me faltaba pupar y rodearme de una crisálida, así que hice acopio de energía y me dirigí al ordenador para ver qué había detrás de esas tres palabras que auguraban tan estupendo manjar audiovisual.
En buen momento se me ocurrió.